Si pensáramos en las mejores y peores decisiones que hemos ido tomando, probablemente, vendrán relacionadas con un buen y mal resultado. Este es un patrón de pensamiento habitual, pero debemos ser capaces de separar la calidad de los resultados de la calidad de las decisiones.
Normalmente, tendemos a atribuir los buenos resultados a nuestra habilidad y los peores resultados a la mala suerte, pero las malas decisiones también pueden ofrecer buenos resultados, porque interviene el factor suerte.
Annie Duke, una exjugadora de póquer profesional doctorada en ciencia cognitiva y autora del libro “Thinking in bets”, considera que la vida se parece al póquer, un juego en el que la información es incompleta, la toma de decisiones viene acompañada de incertidumbre, y existe una importante probabilidad de que el factor suerte permita obtener ganancias con malas decisiones, lo que suele equivaler a malinterpretar los resultados y no aprender de los posibles errores.
Aristóteles pensaba que “es de importancia para quien desee alcanzar una certeza en su investigación, el saber dudar a tiempo”. Uno de los problemas a la hora de tomar decisiones es que solemos pensar en blanco y negro, aunque hay una amplia escala de grises. Dado que no solemos tener un conocimiento perfecto sobre cómo irán las cosas, si dudáramos previamente, mejoraríamos nuestras decisiones.
Dudar ante una decisión implica ser consciente que no tenemos la certeza absoluta, ni conocemos todos los condicionantes, asumiendo la probabilidad de ocurrencia de eventos indeseados y el impacto que podrían tener en los resultados, como en el póquer.
La realidad es que la mayor parte del tiempo no vamos a estar seguros de una decisión y esto podría bloquearnos. Para decidir ante la duda, Duke recomienda no perseguir estar en lo correcto, sino ser más preciso en nuestras estimaciones, buscando opiniones diferentes que pongan en duda nuestras creencias. La precisión de tales estimaciones aumentará según la información que tengamos y nuestra experiencia.
Así mismo, Duke plantea que, ante determinadas decisiones, hagamos el ejercicio de preguntarnos si apostaríamos dinero por nuestra decisión o no, sabiendo que si el resultado no fuera el esperado lo perderíamos. Apostar a nuestras creencias nos ayudaría a tomar perspectiva y la exploración de hipótesis alternativas a nuestro sesgo de interés personal.
Mejorar la calidad de nuestras decisiones incrementa nuestra probabilidad de obtener buenos resultados, pero no los garantiza. Si cambiamos nuestra forma de pensar cuando tomamos decisiones y no buscamos certezas absolutas, sino ajustar la apuesta con un buen análisis de la situación y conscientes del efecto del éxito o fracaso de cada decisión, estaremos más seguros de que nuestra decisión será la más acertada, independientemente del resultado.
Artículo publicado en el Diario Sur, en suplemento Dinero y Empleo del 29 septiembre 2019