Las motivaciones de muchos inversores parecen ir cambiando. Adicionalmente a la rentabilidad financiera, están decidiendo dar pasos para posibilitar también que nuestras inversiones sean responsables, implicando la integración de criterios medioambientales, sociales y de gobierno corporativo (ESG) en la selección de las empresas en las que invertimos. 

En un paso adicional, esta inversión responsable puede convertirse en una inversión que impacta positivamente en la sociedad, denominándose inversión de impacto, compatibilizando la búsqueda de una rentabilidad financiera con la creación de beneficios a la sociedad y el medioambiente.

Muchas organizaciones filantrópicas y fundaciones están evolucionando su política de inversión hacia este modelo que intencionadamente busca impactar positivamente en determinados objetivos, ya que les permite cuantificar y medir su escala de impacto, la huella que han dejado, compatibilizando el cumplimiento de sus fines fundacionales y administrando con mayor diligencia los bienes que integran su patrimonio.

La exigencia de un rendimiento financiero asociado al nivel de riesgo asumido en las inversiones además de la rentabilidad social, lo hace más efectivo y sostenible que la filantropía, además de facilitar una mayor capacidad de alcance, porque no se trata de realizar donaciones, sino de provocar intencionadamente un bien en la sociedad con esa inversión.

Aunque todavía la oferta de inversión es reducida por la dificultad de una medición rigurosa con criterios homogéneos, en vehículos de activos no cotizados (por ejemplo, fondos de capital privado) es más fácil la trazabilidad del uso de los recursos para el propósito pretendido.

En todo caso, una mayor conciencia en ser parte de la solución facilitará que en el medio plazo sea habitual la medición del impacto social y ambiental conseguido en todas las inversiones disponibles, además de la medición y control de las expectativas de riesgo y rentabilidad financiera habituales. 

Una creciente sensibilidad hacia una mayor alineación de nuestros valores con nuestras inversiones, puede ser el propulsor de una mejor transformación de la economía y la sociedad, marcando la diferencia que posibilite un futuro mejor para las próximas generaciones. 

Artículo publicado por su mismo autor, Rafael Romero, en Diario Sur el 8 de noviembre de 2021